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    Un chorrito que mata antojo

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    chorritoHoy hablamos del Chorrito del Antojo, un hilo de agua que calma la sed de los viajeros que transitan entre Jibacoa y Manicaragua.

    Es verdad que con la naturaleza no se puede. Tiene cada caprichos. Muchos han querido sellarlo para que no siga deteriorando la carretera, pero él, empecinado como es, vuelve irreverente a su cauce y brota con tal fuerza que se ha convertido en un sitio de obligada parada para quienes transitan entre Jibacoa y Manicaragua, en la serranía del Escambray.

    Así ha comenzado a tejerse la leyenda del Chorrito del Antojo. Nadie sabe quién lo bautizó, pero cuentan que el agua que emana de allí bendice a las personas que la beben o se lavan el rostro con ella.

    Poco a poco, la historia ha ido creciendo. Ya no solo es patrimonio oral de los vecinos de la zona, ubicada en una de las cuestas por cuyas espaldas se construyó un vial para comunicar al llano con la región más intrincada del lomerío del centro de Cuba, y que, incluso, conduce hasta Topes de Collante, un paraje turístico muy codiciado por quienes aman la naturaleza.

    Es frecuente ver cómo se detienen allí autos con extranjeros, interesados en mojarse con sus cristalinas y «benditas» aguas. Dicen que no es aconsejable utilizar vasijas, y entonces, la gente hace cuencas con las manos y la bebe o se la lanza al rostro. Otros la dejan caer desde la cabeza para que les corra por todo el cuerpo y les refresque los sueños.

    Un vecino me contó que una vez vinieron dos francesas preguntando dónde quedaba el chorrito de los dioses.

    «¿El chorrito de los dioses? ¿Será del antojo?», intentó corregirlas.

    «No, de los dioses. Una amiga de nosotras que nunca había contraído matrimonio pasó por aquí, se bañó ahí y en unos meses encontró al hombre de su vida», le respondieron ellas, muy entusiasmadas en conocer el lugar milagroso.

    Hasta el Chorrito del Antojo han llegado mujeres embarazadas para mojarse el vientre. Algunas, de muy lejos, como una avileña que estaba de visita en Santa Clara, a unos 45 kilómetros del lugar, y pidió que la llevaran allí para que su hijo naciera saludable.

    Un matrimonio también pasó por el sitio al terminar la ceremonia nupcial. Se bajaron y bebieron, él de las manos de ella; y ella, de las de él. Después, según testigos, se empaparon el uno al otro, risueños, retozones, como quien cumple una promesa. O como quien se jura un amor eterno. Puro, transparente, como las aguas de este chorrito.

    En mis andanzas por esta zona del Escambray supe también que han intentado descubrir el manantial exacto donde nace, pero parece que el secreto está muy bien guardado por la naturaleza, que solo saca a la luz un chorro fuerte, límpido, refrescante y, al parecer, con propiedades curativas, al menos de algunas desgarraduras del alma.

    Pero la mística no radica solo en el caño natural. Lo rodea un paisaje embriagador, con abundante biodiversidad, tanto de la flora como de la fauna. Y a la sinfonía de las aves que se posan en las ramas próximas, se suma la música de un riachuelo que corre muy cerca y se desparrama por una de las cuestas.

    Ojalá este curioso chorrito siga refrescando las gargantas de los transeúntes, los que viajan en autos o a caballo. Los que vienen de lejos o de cerca. Los que creen y los que no. A fin de cuentas, ya la leyenda echó a rodar, y quién sabe hasta dónde llegará.

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